No es sorprendente que Simon vuelva a fallar en lograr el equilibrio entre ingenio y narrativa en este análisis ligero sobre la crisis de la mediana edad.
De alguna manera, está obsoleta, pero cuestiones aparte, ofrece la oportunidad de ver el papel más emblemático de Quinn como Zorba, a ratos exuberante y a ratos desgarrador.
Divertidísima en algunos momentos, espantosa en otros, se esfuerza por defender su filosofía. Pero las interpretaciones son excepcionales y la idea no podría ser más atrevida o distintiva.
El megalómano de dientes apretados y muecas de Douglas representa uno de sus papeles más destacados, y el guion de cotilleo se despliega de manera brillante, enriquecido por la melodramática exuberancia de Minnelli.
Una situación de penuria tratada de manera peculiar podría haber resultado en un drama excesivo. Sin embargo, la autenticidad de Tanaka y la sutileza de Mizoguchi logran que la narrativa se mantenga alejada del melodrama.
Un par de excelentes interpretaciones de las protagonistas femeninas hacen que sea una fascinante precursora de los dramas psicológicos femeninos posteriores.
En una de sus más destacadas actuaciones, Cushing captura la complejidad del personaje principal, transformando al Barón en un mártir al estilo de Wilde, oscilando entre la noble resistencia y una fría crueldad.