El planteo de este bello largometraje, entre la fábula y la parábola, resulta algo simplista porque sabemos que la paz no se consigue con lograr que los enemigos compartan el té, pero la arbitrariedad de la guerra demuestra superar las buenas intenciones.
El film transmite una atemporalidad notable, sugiriendo que su situación no está anclada a un tiempo o lugar específico, sino que es universal y perpetua.
El guión apresurado se apoya en los gags que, por repetidos, terminan por hartar hasta a los mejor dispuestos. No cuenten conmigo, no me hace gracia este tipo de humor, que resulta obvio y fácil.
Un plano hipnótico que conjuga industria y naturaleza, metal, agua, aire y luz, y mueve a una reflexión sobre la modernidad, la luz y el fluir del tiempo.
Constituye un nuevo hallazgo de la cinematografía rumana, y otra muestra de cómo una historia pequeña, y que en este caso no cesa de transitar por el borde del absurdo, puede dar lugar a complejas situaciones y reflexiones que la trascienden.
La directora Maria Sole Tognazzi logra lo mejor de su film gracias a la actuación de Buy, siempre en cámara y totalmente convincente. Es una pena que la historia evite ir más allá.
Es una comedia entrañable que, a diferencia de las películas anteriores, no aborda ningún tema en profundidad, sino que presenta varios relacionados con las relaciones interpersonales.
Un elenco impresionante acompaña a una película que juega con las emociones del espectador a través de la intensa pasión y la angustia del protagonista, complementada por la inquietante música de Bruno Coulais.