La verdadera inmoralidad aquí es que un personaje estrafalario -sí, Elvira tiene sus momentos- es interpretado como una barbie sin gracia con chistes de una sola línea que mueren rápidamente.
Se espera que la película sea divertida, y el director y guionista debutante Tom Ropelewski lo deja claro desde el principio, impactando al espectador con gags que oscilan entre lo absurdo y lo grosero.