[Von Trotta] sabe mantener un exquisito equilibrio. Filma una crónica solvente y, en tiempos proclives a la demagogia, aporta una mirada nada desdeñable sobre el poder, el ultranacionalismo y las falsas apariencias.
Oldman brilla con su interpretación, acompañado de las sobresalientes actuaciones de Colin Firth y John Hurt. Alfredson demuestra ser un destacado adaptador de las obras de John Le Carré.
Con un impactante arranque, la película fluctúa luego entre los momentos de gran cine y el disparate freak que sólo evita el absoluto ridículo gracias al terceto integrado por Carlos Areces, Carolina Bang y Antonio de la Torre.
Quizá le falta mayor economía narrativa en algunos tramos, pero "De dioses y hombres", también gracias al portentoso grupo de actores, supone un regalo visual y moral.
Creíble recreación del frente bélico, sigue una trama criminal de doble sentido y con giros inquietantes, aunque el ambiente gélido también se apodere de los intérpretes.
Plano y contraplano sumergen al espectador en un contexto histórico y emocional de altísimo nivel, aunque conozcamos el desenlace de antemano. En suma, una película memorable.
Una película que utiliza como envoltura los recursos de la gran novela negra norteamericana clásica. Una áspera y demoledora inmersión en los laberintos del alma humana.
Película con ciertos altibajos narrativos y un exceso de violencia. Paul Giamatti logra intensificar el lado oscuro de la inquietante figura de Juan sin Tierra.
Redford muestra que hay otro cine americano al margen del escapismo y la falta de ambición. Su película no cruza nuevas fronteras estilísticas, pero tampoco se limita a ser minuciosa e impecable. Es una obra maestra en estos tiempos de ética dudosa.
Lo mejor de la película es su tono de thriller político. Carece de las tentaciones típicas de las historias de espías, de la demagogia y de los falsos intentos historicistas, así como de las acrobacias del cine de acción convencional.
Paula Ortiz presenta un audaz reto que logra superar ampliamente. Un despliegue de imágenes evocadoras que mantiene al espectador en vilo, aceptando desde el inicio un impacto emocional construido con notable inteligencia.
Esta nueva incursión en el cine español más chusco parece recuperar la vetusta hilaridad de aquellas viejas comedias habitadas por Tony Leblanc o los Ozores.
Ripoll aprovecha las celebraciones previas a este eterno casamiento. Sin embargo, la película navega entre lugares comunes y clichés que intentan ser transformados. Aun así, el espectador que anhele diversión y risas sencillas disfrutará del filme.