Es difícil recomendarla; no resulta entretenida. Sin embargo, como toda obra de arte relevante, se sumerge en las sombras del día a día que todos conocemos.
Es una delicia. El placer reside en observar cómo Schaeffer y Shakman revitalizan un formato que ha caído en desuso. Si logras apreciarla en su esencia, te ofrecerá una experiencia gratificante.
La película presenta un hermoso paisaje de cuento de hadas que parece cautivar a sus dos protagonistas, pero no logramos conectar con esa magia en ningún momento.
La gran sorpresa es que Fogelman y su equipo se comprometen a desvelar los secretos en el momento oportuno y a machacar al público cuando sea necesario.