Los esfuerzos de los directores por convertir 'The Ivory Game' en una obra fascinante e informativa terminan trivializando la crisis. Esto se traduce en una representación de cazadores furtivos, contrabandistas y traficantes como villanos estereotipados al estilo de Hollywood.
Su sinceridad se encuentra a la par de su artificialidad. Un fenómeno similar ocurrió en su primer trabajo como director, 'Mr. Saturday Night', por lo que se puede afirmar que continúa con su estilo habitual.
Lo que sea que Dumont quiere transmitir sobre la clase, el conformismo y la imposibilidad de escapar a nuestra naturaleza apenas se puede discernir entre las meteduras de pata, las exageraciones, los chirridos y la agitación.
La decisión de Pontecorvo de imitar la estética visual de los documentales fue revolucionaria y muy influyente. Es esa genialidad formal, junto con la música nerviosa y en staccato de Ennio Morricone, lo que realmente perdura.
Su escalofriante ambientación de época y su furia #MeToo no tienen nada que ver la una con la otra, disminuyendo la eficacia de ambas y haciendo que sea pesada.
Aunque hábilmente orquestado, el tramo final recuerda inevitablemente a 'Gravity', y carece de la capacidad técnica para competir con el Alfonso Cuarón más ingenioso.
En lo único que mejora a su antecesora es en el final: ofrece un giro inesperado y eficaz en vez de uno realmente tonto. No está mal, pero no es lo suficiente para justificar sumergirnos en sus aguas.