El último trabajo de Ritchie, tras dos décadas de carrera y una inversión multimillonaria, se siente como un intento torpe y cínico por calmar a quienes criticaron 'Aladdin'.
Es una película ambiciosa, con escenas impactantes y actuaciones cautivadoras. Sin embargo, la forma en que se entrelazan sus diversos elementos resulta algo apresurada.