Esta es una cosa rara, algo así como ponerle música hip-hop y death metal a un largo poema místico de Francisco Luis Bernárdez y hacerlo recitar, cantar y bailar por gente que recita mal y canta y baila peor.
La excelente Brie Larson y el pequeño Jacob Tremblay hacen totalmente creíble la historia de una joven encerrada durante años por un loco en un cobertizo, con un hijito habido en cautiverio.
La película se centra en la actuación de una madre, destacando la impresionante interpretación de Luminita Georghiu. Sin embargo, el uso constante de una cámara en movimiento puede resultar agotador.
Aunque en ocasiones resulta exagerada y polémica, 'Tenemos que hablar de Kevin' es una excelente película para reflexionar sobre la maternidad, la comunicación y las maneras indirectas e involuntarias del filicidio.
Otros méritos se relacionan con la habilidad para transmitir una frescura general, sorprender al espectador mediante inesperados cambios de planos y figuras conductoras.
Se sostiene en tres puntales: Sonia Braga, de elogiable actuación y precioso perfil; su personaje, ideal de muchas espectadoras, y un fondo de fábula política.
La trama es sencilla, y la puesta en escena también aparenta sencillez. Pero igual provoca expectativas e inquietudes, entretiene sin pausa, estimula reflexiones y se hace disfrutable a todo lo largo.
Elegía del sueño familiar que se fue y del anhelo de otro que nunca se concretó. La película también presenta, afortunadamente, algunos instantes de humor y unos pocos personajes que alivian un poco la tensión.
La adaptación opta por crear su propio camino, enfocándose en rostros atractivos y un vestuario pulido que carece de realismo. Sin embargo, la actuación de Rainer Bock como sargento logra que casi cualquier aspecto del papel resulte creíble.
Esta es la segunda película de Xavier Legrand. Su guión, la dirección y la meticulosidad en los detalles, así como su capacidad para insinuar más de lo que se muestra, reflejan el talento de un cineasta a quien vale la pena seguir.
Ese registro, Sans lo hace con todo respeto, propiciando sin azúcares ni discursos la simpatía del espectador, sin entrometerse, pudorosamente, delicadamente.
Sin nada nuevo que decir. “Victor Frankenstein” es una superproducción que aporta un gran despliegue y una elaborada dirección de arte, y algunas escenas interesantes.