Descostillante, acelerada e ingeniosa, “Mi gran noche” ofrece una producción de gran envergadura que se disfruta mejor en la gran pantalla. Esta película critica el universo de la televisión y a su audiencia, atrapada en una búsqueda de una felicidad ilusoria.
Pudo ser una comedia picaresca, un vodevil neosocialista, pero prefirió arriesgarse y convertirse en expresión tucumana del Nuevo Cine Argentino, con el permiso para eludir pautas narrativas clásicas.
Ni el viaje por lugares muy poco turísticos de “El muerto y ser feliz” ni la cantidad de personajes medianamente curiosos llegan a ser tan molestos como el uso abusivo de la narración en off.
Esta es una cosa rara, algo así como ponerle música hip-hop y death metal a un largo poema místico de Francisco Luis Bernárdez y hacerlo recitar, cantar y bailar por gente que recita mal y canta y baila peor.
La excelente Brie Larson y el pequeño Jacob Tremblay hacen totalmente creíble la historia de una joven encerrada durante años por un loco en un cobertizo, con un hijito habido en cautiverio.
La película se centra en la actuación de una madre, destacando la impresionante interpretación de Luminita Georghiu. Sin embargo, el uso constante de una cámara en movimiento puede resultar agotador.
Aunque en ocasiones resulta exagerada y polémica, 'Tenemos que hablar de Kevin' es una excelente película para reflexionar sobre la maternidad, la comunicación y las maneras indirectas e involuntarias del filicidio.
Otros méritos se relacionan con la habilidad para transmitir una frescura general, sorprender al espectador mediante inesperados cambios de planos y figuras conductoras.
Se sostiene en tres puntales: Sonia Braga, de elogiable actuación y precioso perfil; su personaje, ideal de muchas espectadoras, y un fondo de fábula política.
La trama es sencilla, y la puesta en escena también aparenta sencillez. Pero igual provoca expectativas e inquietudes, entretiene sin pausa, estimula reflexiones y se hace disfrutable a todo lo largo.