La crítica sociopolítica característica de Haneke se dirige ahora hacia la historia, en una película asombrosamente fotografiada y marcada por un ritmo deliberadamente pausado. Se trata de un trabajo cinematográfico de gran calidad y seriedad.
El guion es deficiente, con diálogos que carecen de ingenio. Además, los personajes y las situaciones resultan ser inverosímiles o caen en estereotipos demasiado marcados.
La excesiva imaginación del director danés eclipsa una historia frágil, aunque visualmente deslumbrante. Su esplendor visual se combina con ideas grandiosas y fascinantes, ofuscando la modesta trama que las transporta.