Se presentan escenas oníricas de belleza mágica, aunque a menudo en detrimento de la lógica narrativa, que raramente se hace presente. Es una reflexión sobre el vacío, además de un ejercicio de estilo verdaderamente sublime.
Alcanza su objetivo de entretenimiento a pesar de las turbulencias narrativas. El riesgo de colapsar es claro, pero sorprendentemente, logra mantenerse en pie. Un verdadero milagro de entretenimiento.
Estamos ante una película perfecta para disfrutar en casa durante el verano. Es una pequeña gran obra donde la emoción se encuentra contenida, resultando tan entrañable como evocadora.
Este teorema cero de Terry Gilliam evoca, gracias a su atmósfera, el mundo retroprogresivo de Brazil (1985), aunque se presenta en un marco más restringido de conceptos.
Producción de serie B, carente de originalidad, que imita situaciones típicas. La única intriga radica en saber quién será la próxima víctima, similar a lo que ocurre en 'Diez negritos' de Agatha Christie.
La película es una miseria en términos generales, salvo por una única escena destacada con Ramón Barea. Se presenta un enredo de mentiras que apenas logra entretener, provocando más bostezos que risas.
Una simpática sátira en la que ni la tradición ni la modernidad salen del todo bien paradas. Una excéntrica broma tan amable en el tono como cáustica en su planteamiento.
Filme de cocción lenta, juguetón, donde no hay nadie con quien simpatizar. A la salida observo unas sonrisas cómplices. ¿Son sonrisas nerviosas de liberación o de complacencia? No sabría decir.
Visualmente deficiente, lo único rescatable son los intensos ojos de Goya Toledo. Sin embargo, esto no logra compensar el fiasco, que se siente más como un golpe inesperado que como un desenlace emocionante.
Le Duc aborda de manera única la compleja relación entre un padre y su hija, presentando el tema con una ligereza que no carece de profundidad. Su enfoque se inclina más hacia una poesía visual que hacia una crítica social.