Quizás lo que más se resiente en este vaivén entre lo real y lo imaginario es la sensación de espacio. Ya desde la primera escena, la forma de retratar el barrio de Belfast en el que vive Buddy parte de un tono melifluo.
La última versión de Disney acierta en su error. Aunque se presenta como un compendio de diversas referencias previas, en esa mezcla sin un criterio definido hay una esencia pura, celebratoria y llena de vida, similar a lo que encontramos en los grandes clásicos del punk.
Más allá de la maestría cinematográfica y de la profundidad de los personajes, 'Mindhunter' habla de cómo los asesinos, en su exceso, se convierten en metáforas activas de sus tiempos.
Juega a colocarnos en el lugar del Gran Otro lacaniano, y en ocasiones esto resulta placentero. Sin embargo, pronto nos percatamos de que es él quien realmente controla los hilos.
Todo termina por ser tan poco sutil como las referencias noventeras que aparecen a cada rato, algo que va casi a contramano de las temáticas tan camufladas, insidiosas y estructurales que plantea.
En todo esto hay una intuición de director, una idea de lo sublime de los objetos por encima o por fuera de las personas, que redime todos los errores que se puedan notar en el transcurso de la serie.
El documental logra perfilar a los tres principales responsables de la piñata, hombres distintos entre sí que, de alguna manera, formaron parte de un sistema de fichas de dominó que finalmente resultó en una explosión.
El éxito radica en cómo Jason Hehir narra una historia que te mantiene cautivo, incluso sabiendo el desenlace y con un Michael Jordan reconocido a nivel mundial.
Hay en la dirección de Sebastian Meise algunos detalles que lo confirman como un director tan minucioso como poderoso. Las elipsis por momentos parecen túneles que nos llevan de una década a otra.
Inteligentemente dosificada, la historia de la boxeadora Christy Martin funciona en una cocción lenta en la que la compleja y tumultuosa relación entre ella y su entrenador termina adquiriendo ribetes sangrientos.
Toda 'La casa lobo' es un espectáculo de feria orgánico en el que personajes y cosas no paran de aparecer, descomponerse, reformularse y resignificarse.
En cada plano de Frances, la dignidad de su retirada refleja una cualidad zen que trasciende al personaje y se conecta más con la persona real que es Frances. El rostro de Frances no representa solo a una mujer, sino que simboliza a Estados Unidos en su totalidad.
Casi cualquier escena de Hausu (1977) haría empalidecer el más loco viaje psicodélico de Robert Crumb. (...) una obra de culto entre los fanáticos del cine de horror.
Los 64 minutos de 'Tenéis que venir a verla' se componen principalmente de diálogos, una escapada al campo, citas literarias, una partida de ping pong y el viaje de regreso a casa. Aunque la trama es simple, el director sigue desarrollando un vasto horizonte humano.
Es una película que podría exigir al gobierno francés su parte del producto interno bruto del turismo. Un film que durante un tiempo encapsuló un escapismo nostálgico y despolitizado, que posteriormente daría paso a un mundo influido por una nueva ola de feminismo.