Delicada, inteligente, sencilla y romántica película. El amor, atrapado en un enredo de noches, barras de bar y radio, estalla en un argumento tan impreciso como atractivo.
Sátira berlanguiana sobre el tráfico de influencias en los tiempos del franquismo. Del esperpento al disparate total, el desfile de personajes y situaciones es realmente notable.
La historia, que avanza de manera lenta y tediosa, gira en torno a un triángulo homosexual con elementos delirantes. Aunque el guión presenta buenas ideas, estas no están bien desarrolladas. No obstante, la visión estética del director finalmente logra rescatar la obra.
Un edificio y un héroe se enfrentan a una intensa secuencia de tiroteos, explosiones y caídas impresionantes que mantienen al espectador al borde de su asiento. Podrán considerarlo excesivo, pero es realmente una obra maestra del cine catastrofista.
La primera parte, con su humor excepcional y la encantadora Anne Bancroft, continúa siendo lo más destacado. Este es un auténtico clásico de la década de los sesenta que perdura en la memoria.
El enfoque surrealista del director no se ajusta a lo que la mayoría aprecia. Su montaje y guión parecen estar basados en conceptos que nos resultan distantes y poco coherentes.
Después del éxito inicial, Chávarri regresa con un enfoque similar y el mismo elenco en esta secuela, la cual es más exagerada y juega con ironías sobre las relaciones homosexuales de Mario, quien ahora se encuentra en Argentina. Un claro ejemplo de puro kitsch.
Una emocionante travesía llena de colores vibrantes, luchadores, bandidos, nobles huyendo y una valiente heroína romántica. Este film es pura acción, gracias a la actuación de Burt Lancaster, y ofrece un espectáculo cautivador.