Sorprende que sea Jay Roach, un rutinario realizador quien se interese en ventilar este asunto. Su estilo narrativo, un tanto desigual y aproximativo, cuenta aquí con el refuerzo singular del guión de un eficaz Charles Randolph.
La realizadora se distancia notablemente de las convenciones del género policiaco. Su enfoque es una exploración clara de la complejidad de los dilemas morales que enfrentan sus personajes.
Tiene el aspecto de un buen telefilme, decoroso y con excelentes intenciones de señalamientos históricos y sociales. Para volver su trama más atractiva para el gran público, la película añade, casi con calzador, una historia sentimental muy escueta e insubstancial.
Más allá de una factura engañosamente convencional, el director ha elaborado un relato perturbador y ha encontrado en Isabelle Huppert a la protagonista perfecta e irremplazable, quien domina de principio a fin toda la cinta.
Un thriller ágil y novedoso, un señalamiento social insoslayable. Candidata a varios Óscares, será interesante valorar entonces su posible impacto mediático.
Pablo Larraín sigue con su estilo distintivo en esta producción. La crítica social que presenta no es simplista; su efectividad radica en un manejo excepcional del suspenso que eleva la tensión dramática, llevándonos a un desenlace de violencia cruda e implacable.
Una obra tan personal que desafía los paradigmas del cine de realismo social, dirigiéndose plenamente, con la brillante colaboración del cinefotógrafo James Laxton, hacia un intimismo de tono melancólico.
La experiencia será, en un primer tiempo, desconcertante para el espectador, pero, a medida que la trama se precisa y gana en intensidad, lo que parecía una apuesta narrativa difícil de ganar se transforma en una experiencia formidable.
Charlotte Wells se dedica a la tarea de ordenar sus recuerdos y elevar la memoria de su pasado. Esta formidable ópera prima se presenta como una de las mejores sorpresas del cine actual.
Una colaboración notable en la recreación de atmósferas líricas y opresivas es la del cinefotógrafo David Gallegos, y un acierto más, la música siempre sugerente y efectiva del mexicano Leonardo Heiblum.
La descripción realista con un toque de sensiblería en la comunicación intergeneracional, y una deriva romántica con un guiño al cine de François Truffaut, una fina observación sicológica en este retorno de James Gray.
Esta conjunción de variados recursos estilísticos y un buen manejo de actuaciones confieren brillo y espesor a una película que en otras manos podía haberse reducido a una morosa crónica costumbrista.
Se trata de un thriller inteligente, con ritmo muy ágil, estupenda factura artística (en fotografía y diseño de sonido), y un tema polémico abierto a más de un debate.
El trabajo documental de Bruno Santamaría quiso reflejar la vida de un pueblo y la experiencia de un adolescente transgénero en una aventura liberadora. Es un logro significativo.
Esa ambigüedad moral que maneja la cinta desarticula por completo las nociones más socorridas sobre la relación de una persona enferma con un medio social potencialmente hostil.
Suzanne Lindon posee no solo el carisma necesario para cautivar festivales y audiencias, sino también un notable talento para observar los conflictos morales y los inicios de las relaciones sentimentales en una etapa de transición hacia la madurez.