Queda muy lejos de los mejores hallazgos de Pixar. En cualquier caso, la película se deja ver con facilidad y es de presumir que llegará a su público natural con eficacia.
Fea, inane en lo estilístico, desnortada en sus criterios de planificación, arbitraria en su construcción narratológica, viene a probar que una mujer cineasta también puede hacer una película profundamente misógina.
Un relato que cambia de punto de vista narrativo de manera caprichosa y aleatoria. El resultado final se queda en un friso más bien confuso y contradictorio. Una obra muy menor, en cualquier caso.
El Seidl cínico, esteta de la fealdad y del horror, deja paso aquí a un cineasta realmente interesado por su personaje. Es una lástima que su pose permanente le lleve a retratar a los padres de los niños como los verdaderos maltratadores.
Una película de realización tan correcta y esmerada como plana y carente de espesor, sin resquicios para la ambigüedad o para la complejidad más allá de lo evidente. Transparente, didáctica, sencilla y convencional.
Una obra de notable envergadura, capaz de encontrar una sensible verdad interior sin enfatizar el gesto, sin subrayados, sin retórica discursiva, con humildad y con modestia.
Más viva, más orgánica y más arriesgada que su anterior película, Palomero logra presentar un calidoscopio vibrante y realista. Inyecta convicción, autenticidad y profundidad dramática a ese complicado momento de transición.
Una puesta en escena más convencional de lo que pueda parecer y con abundantes rasgos de afectación esteticista, lo que al final limita mucho el verdadero alcance la propuesta, más bienintencionada que valiosa en términos fílmicos.
No va mucho más allá de ofrecer un retrato generacional trazado, eso sí, con impecable registro conductista y sin apenas diálogos explicativos, lo que siempre se agradece. Cinematográficamente su alcance es muy limitado.
La película no aporta ninguna novedad sustancial a la filmografía de los directores y tampoco consigue levantar el vuelo ni en su dimensión emocional ni en su depurada formalización.
Un retrato cuya veracidad se refleja en las imágenes físicas y dinámicas de una película libre de toda pretensión estética y de tentaciones moralistas. Es un logro digno de reconocimiento.
La película podría durar la mitad, el doble o el triple, porque sería exactamente la misma. La cosificación fetichista de la anatomía femenina satisface a los voyeurs y resulta complicado entender el verdadero propósito que nos quiere transmitir Kechiche.
A pesar de la destacada actuación de una Lady Gaga que demuestra ser una actriz competente, el filme se siente diseñado para complacer a los aficionados de los Grammys y los Oscars. Sin embargo, también se percibe la incomoda tendencia narcisista de su director y protagonista.
Extenso anuncio de autoayuda new age. No solo resulta aburrido, sino que también es impersonal, monótono y trivial en su contenido. Sin duda, es una pérdida de tiempo.
Lástima que Lelouch, fracasando de nuevo, se conforme con proponer un rescate nostálgico de una película que ya era vieja y cursi en su momento, y sea incapaz de poner delante de los espectadores lo que podría haber sido una sugerente operación-espejo.
Nada, o muy poco, hay en esta historia que consiga trascender su propio enunciado. La interpretación casi desvaída de los actores, muy limitados en sus registros, tampoco ayuda a elevar el nivel.
Aunque el color y los dibujos de Mariscal son hermosos en los planos estáticos y de conjunto, la película revela lo limitado de su animación cuando las figuras comienzan a moverse. Resulta demasiado discursiva con su acumulación de entrevistas.