Desconcertante, es como haber sido invitados a una fiesta acogedora y salir con la sensación de que nos lo hemos pasado muy bien, pero que algo nos hemos perdido en el trance, abrumados por la desordenada generosidad del genial anfitrión.
La menos original y más predecible de todas las películas del director, carece de la tensión que se espera. Aunque hay algunos destellos reconocibles, en su mayoría, todo resulta deslucido y rutinario.
Jaione Camborda traza en ‘O corno’ un itinerario intensamente físico desde el primero hasta el último de los fotogramas de esta hermosa película. Este cronista espera con enorme interés los próximos trabajos de la directora.
La primera mitad del film destaca por la solvencia y solidez que caracteriza al director. Sin embargo, la segunda mitad presenta un desafío diferente; la fusión entre la ficción y el trasfondo histórico no logra hacerse de manera convincente.
Es una película correcta, pero un tanto cansina en su ritmo y demasiado dependiente del guion, amén de ser escasamente novedosa en la filmografía de su país.
Una bonita historia contada a ratos con inspiración poética y a veces de manera desmayada y rutinaria. El conjunto queda lejos de los mejores trabajos de su autor, pero merece la pena disfrutar con la parte más conseguida y más entrañable.
Un guion caprichoso que recorre todos los tópicos del género con una falta de entusiasmo inesperada. El enfoque ideológico del filme muestra un maniqueísmo simplista, lo que resulta inapropiado para un cineasta francés.
Un relato que carece de algo de tensión, pero que afortunadamente no incluye ninguna vertiente discursiva, moralizante o de mensaje. Es un trabajo más que prometedor.
Cantet pone el dedo en la llaga, pero su película corre el riesgo de quedarse en un territorio intermedio, demasiado ambigua en la representación de su protagonista y sin que quede claro en qué dirección se orienta su discurso.
La nueva película de Costa-Gavras nos presenta al mismo director comprometido con la política, pero con un enfoque simplista y un estilo poco atractivo. Es decepcionante ver, en 2019, que aún contamos con un cineasta maniqueo y tramposo, similar al que se mostró en Z (1969).
Una obra concebida con una importante dimensión pedagógica de cara a la juventud de hoy en día y con una nítida voluntad de mensaje y de toma de conciencia moral.
Resulta imposible encontrar lógica interna en el comportamiento de los personajes. Verhoeven se permite todo tipo de ocurrencias, supuestamente ‘epatantes’, dirigidas a mentalidades conservadoras o pusilánimes.
Un biopic azucarado, rígido y sin ningún conflicto dramático. Se siente como un cine superficial y colorido, una burbuja vacía que se desvanece sin dejar huella.
Un film que, en realidad, no es más que un reportaje televisivo sin otras aspiraciones artísticas o formales. Como documental de divulgación puede ser interesante. Como cine, es inexistente.
Una obra que, por encima y a pesar de sus limitaciones evidentes, nos pone en la pista de una cineasta con una mirada propia y, muy probablemente también, con un oscuro mundo poético que llevar a la pantalla.
Su breve duración alivia en parte la agonía de ver un conjunto de escenas filmadas sin sentido cinematográfico. Todo resulta feo, gratuito, plano, caprichoso, vacío y superficial en este olvidable desastre.