Irregular pero entretenida. Tiene aspectos positivos y negativos, pero lo que considero más interesante es cómo su significado se adapta a tu percepción, en lugar de que sea tu percepción la que se ajuste.
Amanda Peet brilla en su papel, pero el resto del elenco parece un poco disperso. La trama presenta una historia familiar y sensacionalista, pero lo hace de una forma tan caótica que podría ser intencional.
Está bien que la serie no esconda la perspectiva de Borzillieri, pero es decepcionante que el documental no intente entender o explicar mejor a Borzillieri.
El gancho puede que sea un asesinato, pero aún es más interesante cuando se la examina como una historia sobre la narrativa y por las contribuciones de Polley, Harron y Gadon.
Lyle y Erik Menendez no son comparables a O.J. Simpson. Edie Falco y Josh Charles intentan ofrecer una actuación convincente, aunque los peinados que lucen son bastante distractores.
Cómodamente aburrida, que es otra forma de decir que probablemente sea precisamente el documental que Federer habría querido que se hiciera sobre sí mismo.
Incluso en sus episodios más incompletos, hay momentos de verdadera inspiración: una premisa audaz, una impactante divergencia de tono, una mordaz línea de diálogo descabellada.
Tan exhaustivo y sustancioso como uno espera. Su efectividad se debe al profundo análisis que realiza de su escritura, examinando casi cada texto en detalle.
Seis episodios de media hora que alternan momentos de gran percepción con otros de marcada introspección, en ocasiones presentan innovaciones artísticas y en otras se muestran más convencionales.
Este último intento de ofrecer una descripción reveladora, aunque autorizada, de la vida de Christopher Wallace padece, sin llegar a ser devastador, de la incapacidad para mitificar o humanizar al hombre de una manera superior a cómo él se presentó a sí mismo.