Hipnótica, una película de vampiros como ninguna otra. Seria, melancólica y romántica, 'Déjame entrar' se despliega con una tranquila y magistral seguridad.
Si tenemos que tener films de adolescentes, dejemos que sean todas tan dulces y seductores como este romance tan inteligentemente retratado por Sollett.
Su primera hora rebota y centellea como una piedra que salta sobre el agua. Downey es un estafador tan ingenuo que es imposible no sonreír ante su descaro.
Aunque algunos espectadores probablemente se ofendan, en medio de las risas ocasionales, el logro más destacable de la película es su insulsez habitual.
Se esfuerza de verdad para compensar el precio de la entrada con un montón de momentos de intriga. Pero pese a sus magníficas escenas de riesgo, tiene muy poca personalidad: es como tomar un helado insípido.
Es imposible hablar de la riqueza de esta magistral obra de Jordan sin desvelar sus trucos y artificios. Es una película magnífica que deja a uno embelesado.
Lo mejor de esta intelectual obra de Allen es cómo logra sin apenas esfuerzo combinar sus tejemanejes personales más serios y personales con las vertiginosas fórmulas más comunes de la farsa teatral.
Es bastante más efectiva como un anuncio de Mallorca que como thriller. Piensa en ella como en un lánguido cóctel con una impresionante lista de invitados.
Es un cine torpe y cuadriculado, pero rara vez aburre, y los guionistas dan con un misterioso giro final que salva la película en el último momento de un giro de los acontecimientos desastrosamente anticlimático.