Parte de una repetición cansina de fórmulas propias y ajenas. Esta secuela, diseñada para satisfacer las leyes del marketing, no ofrece mucho a la audiencia, aparte de su profesionalismo técnico y algunos momentos de humor inspirado.
El relato asume su propia ligereza y no intenta reinterpretar las relaciones y enfrentamientos entre los personajes como algo diferente de lo que, en esencia, siempre ha sido: una adaptación multimillonaria de una historieta.
Sin demasiada inteligencia y menos aún profundidad, es cierto, pero con algo de nervio y ritmo. Es una fantasía animada contemporánea que guarda un corazón old school en su interior. Y eso es todo, amigos.
El contratiempo central de 'La fiesta de las salchichas' es su evidente falta de irreverencia más allá de una superficialidad frenética. No hay nada auténticamente polémico, y mucho menos revulsivo, en sus imágenes y diálogos.
Como en el clásico de Harold Ramis, el soldado interpretado por Cruise se levanta cada mañana para repetir la misma experiencia, utilizando una mecánica similar a la de los videojuegos, donde constantemente mejora para superar a sus oponentes, todo en un entorno narrativo ligero, rápido y lleno de elegancia.
Este nuevo intento de adaptar a la idiosincrática criatura y añadirle elementos más atractivos para el público norteamericano resulta narrativamente torpe, careciendo de un componente humano interesante, con un desarrollo insípido y atado a convenciones predecibles.
Guzzoni no busca simplemente presentar una "denuncia" cinematográfica, sino que se enfoca en desarrollar un personaje central que es complejo y ambiguo. Este personaje, aunque no es necesariamente contradictorio, genera dudas y cuestionamientos en el espectador.
Sin dudas, la misma historia podría haberse narrado de maneras diferentes, pero el énfasis de la realizadora en las formas fragmentarias, elípticas, evitando al mismo tiempo el exceso de psicologismos, rinde sus frutos.
Hay un exceso en la construcción de varios personajes, un acercamiento al grotesco que sin duda podría dar mejores resultados en el teatro que frente a una cámara.
Apelando a un impactante registro del horror cotidiano de cualquier guerra, Brian De Palma construye un patchwork visual que no da respiro, cimentado por un montaje final de imágenes reales que viene a recordar que no todo es cine.
De una construcción narrativa sutil y paciente que logra transmitirle al espectador los miedos y angustias del personaje, 'Moonlight' es un film que nunca abandona sus pretensiones de realismo, pero que al mismo tiempo logra momentos de intenso lirismo que nunca se sienten artificiales.
'Bottoms' es sin duda un avance hacia el mainstream para la directora y la protagonista. Seligman y Sennott demuestran que son capaces de lidiar con los desafíos de la comedia disparatada.
Afortunadamente a la realizadora parece interesarle más la interacción entre los personajes, y lo hace con un naturalismo que no es sencillo de construir y un gran cariño por los personajes, sin crueldades ni reduciendo todo a arquetipos didácticos.
El de Varejão no es el típico film donde la agenda esté por encima de los personajes o la historia. Por el contrario, la cineasta logra reunir en pantalla todos esos elementos –lo íntimo, lo colectivo, lo político– con gran sensibilidad e inteligencia.
El espíritu punk de una de sus últimas escenas señala que los ideales e ilusiones por un mundo mejor pueden sostenerse a pesar de la consciencia plena de su imposibilidad.