La película ofrece momentos de auténtica y noble emoción, como la conmovedora reconciliación entre los hermanos y la canción interpretada en trío por madre e hijos. Sin embargo, también incluye castigos físicos innecesarios y escenas efectistas que restan valor a la historia.
El resultado es deficiente y carente de imaginación visual, lo que resulta extraño: no se entiende cómo los actores aceptaron un guion tan poco atractivo y cómo el director pudo olvidar su creatividad.
Un film que, si bien no tiene grandes aspiraciones, se presenta con sinceridad y un nivel de calidad que actualmente solo se ve en producciones de Hollywood.
Por primera vez en la trayectoria del director, todos los aspectos formales y expresivos aportan un mensaje significativo. En resumen, los elementos formales ya no son meras manifestaciones de histeria o provocaciones vacías.
En estos filmes menos destacados es donde se mantiene viva la esencia del viejo Hollywood, que se enfoca más en contar historias que en impartir lecciones a través de sus complejas narrativas.
La película presenta unos conclusivos veinte minutos de comedia brillante que complementan un estilo original y audaz, propio de un cine que ha desaparecido. Su enfoque descarado y su capacidad de auto-parodia crean una atmósfera de inusual simpatía.
Lo que comienza como una audaz comedia centrada en familias problemáticas se transforma en una reflexión tanto complaciente como seria sobre las interacciones entre amigos, parejas y la dinámica entre padres e hijos.