Un intenso puzle narrativo que va recogiendo piezas de las complejas vidas de sus protagonistas con una narrativa impulsiva y certera. Un filme tan ortodoxo en sus formas como apasionante.
Se presenta con un enfoque casi literario que solo genera verdadero interés cuando se centra en las características psicológicas de su protagonista. La fotografía es, sin duda, su mejor legado.
Una puesta en escena completamente plana, destacada por una planificación que se restringe a ilustrar la historia de una manera casi teatral, sin ninguna intención.
[Davies] construye una narración maestra, una obra llena de hallazgos formales y deliciosamente sutil, con una intensa profundidad en las cuestiones que aborda.
Todo está contado en un tono tan suave, sin mostrar las heridas de la guerra, que la parte de la denuncia y del antibelicismo queda perdida entre las brumas de una fábula demasiado infantil.
Entre el relato judicial y la crónica íntima, Amelio presenta una narrativa en contra de la homofobia y la intolerancia, cuyos ecos resuenan en la actualidad. Un filme de estilo clásico.
Obra con vocación coral, donde destacan las interpretaciones de su reparto, que podía haber resultado mucho más interesante si se hubiera mostrado menos complaciente a nivel narrativo.
La película pierde fuerza al intentar convertirse en una reflexión profunda sobre los turbulentos años del thatcherismo. Sin embargo, destaca como un ejercicio melancólico que rinde homenaje a la magia de las salas de cine.
Estamos, sin duda, ante una propuesta apasionante a nivel visual, que confirma a De Sosa como un cineasta que siempre busca los márgenes de lo narrativo.
Quizá peca de un exceso de subrayados narrativos, de cierta vocación didáctica, pero lo cierto es que la cámara de Bollaín aborda con delicadeza, sin vocación invasora, el tormento interior de cada personaje.
A pesar de que su narrativa es predecible y la puesta en escena tiende a exagerar el juego de contrastes, la película logra funcionar como un drama carcelario, incorporando elementos del thriller.
La presencia de Sam Neill logra rescatar, en cierta medida, este melodrama deportivo que se siente excesivamente azucarado y cuyo argumento se basa en hechos reales.
Kristoffer Borgli destaca por su enfoque al no diferenciar entre lo real y lo onírico en su obra, aunque se siente faltante en su búsqueda por trascender ese 'glitch' del que se origina.