'La flor' se presenta como una celebración del arte de narrar, donde la alegría de contar historias lleva a un entrelazamiento caótico de múltiples subtramas.
No queda duda de que la película es como una délicatesse amoral, pero quizá no haga daño entregarse al disfrute de sus múltiples goces durante un par de horitas.
La película se presenta como una disculpa, pero es una disculpa hipócrita, llena de gestos retóricos que no reflejan verdadero arrepentimiento, sino más bien una búsqueda de justificación personal.
La película logra mantener el interés, aunque no se adentra en un comentario incisivo acerca de los engaños de la iglesia católica o su relación con la política. Además, no se arriesga a convertirse en una obra profundamente religiosa.
Los escenarios deslucidos se presentan de manera antiestética y neoneorrealista, un estilo característico del director, quien logra construir una tensión meticulosa, llena de contradicciones barrocas.
La película logra condensar una historia compleja sin relegar a un resumen simplista. Además, permite que el espectador esté mentalmente involucrado al desentrañar la rica trama y las asociaciones presentes en su montaje visual y sonoro.
La película se presenta como si fuera un metraje encontrado, pero este enfoque se utiliza de manera inconsistente, convirtiéndose en un simple pretexto para un rodaje improvisado. Como resultado, varias situaciones y la trama quedan sin resolver.
Es sencillo criticar esta película. Las actuaciones y los diálogos, con un estilo anticuado, crean una barrera que impide cualquier conexión emocional.
La narrativa es coherente y ofrece un excelente respaldo para la extraordinaria habilidad dramática del increíble director Eastwood. Su estética resulta maravillosamente retro.
Es una película poco común, que cautiva sin esfuerzo, pero también inquieta, procesa elementos acuciantes de la realidad presente en la región y deja mucho para discutir.
El film destaca por su originalidad en múltiples aspectos, especialmente en la representación del monstruo. Al igual que en otras grandes obras del género de terror, se puede apreciar una profunda capacidad para las metáforas.
El guion es bastante simple y básico. Bruce Willis, que alguna vez fue comparado con Humphrey Bogart, se siente limitado en su papel. Es inusual ver a un actor tan talentoso con un personaje tan poco desarrollado, y su actuación, aunque digna, refleja la falta de profundidad del rol.
Como todo buen viaje, aporta pequeñas porciones de un montón de cosas: música, conocimientos, experiencias, anécdotas, un panorama del lugar, algún vínculo humano.
Vale la pena apreciar la precisión técnica de su realización, la inmensa poesía del planteo, los diálogos y actuaciones buenísimos y esa combinación tan particular de acumulación de sorpresas anecdóticas.
Quien busque una lección de actuación se sentirá decepcionado, pues incluso los grandes actores no pueden brillar con un guion tan básico, que no logra desarrollar situaciones que expliquen los cambios emocionales.