Película pequeña, con una historia tenue pero un corazón bien puesto. La gran lección del cine de Ezequiel Acuña es que es posible crear películas íntimas que logran conectar genuinamente con la audiencia.
Decir que las siutiquerías de esta realización no están a la altura de su autor es decir poco. Decir que tiene pasajes que dan vergüenza ajena, y diálogos kitsch que uno preferiría olvidar, es una manera comedida de procesarla.
La experiencia se ve interrumpida en el desenlace. ¿Acaso los documentales no deben tener un final? Los reyes dirían que sí, y la película nos deja con esa falta.
Se deja ver con fluidez y es una película que funciona. Pero no del mismo modo que funcionó 'Gloria'. Abusa quizás un poco de las elipsis, esos saltos de continuidad de tiempo o de espacio que no hacen perder el hilo de la narración, pero sí la despojan de tiempos muertos y circunstancias anexas.
Destaca por el hecho de reunir a Michael Caine, Harvey Keitel y Jane Fonda en roles crepusculares que los tres elevan a alturas insospechadas. La película, sin embargo, no siempre los acompaña en ese vuelo. Es comparable a 'La gran belleza', pero carece de alma.
Es una hermosa película. Tiene una estética entre calvinista y nórdica y, quizás porque se trata de un remake de uno de los pocos dramas filmados por Ernst Lubitsch, la puesta en escena tributa a un imaginario cargado de referencias cinematográficas.
No es novedad que Pablo Larraín presente otra película emocionalmente distante y sin compromiso. Las imágenes que propone proporcionan pocas razones para admirar a Neruda y varias para desaprobar al policía. En el fondo, el director parece mantenerse al margen de ambos lados.
Impone la autoridad de su factura desde el comienzo porque no hay plano de la cinta que no haya sido trabajado al detalle y con una profundidad visual, sonora, sicológica y moral que asombra.
No es una mala experiencia para poner las cosas en su lugar. La película de George Clooney sirve para clarificar los límites de un cineasta pie plano. Y es muy potente para los fines de vislumbrar las alturas que pudo haber tenido.
No solo es la mejor película del año hasta el momento. También 'Había una vez en Hollywood' es la más intensa, la más gozosa y más jugada. Las dudas que genera, siendo a lo mejor muy legítimas, no le rebajan un ápice la estatura a su creador.
La cinta destaca por su coherencia formal, mostrando el valor de prescindir de la parafernalia tecnológica que ha evolucionado en el cine fantástico durante los últimos 50 años. Además, no teme explorar el sentimentalismo ni la inocencia.
Incluso a quienes el ya nonagenario realizador [Godard] nos pareció a veces un personaje detestable, este retrato no solo es parcial sino también miserable.
Es la primera vez que Pablo Larraín no filma una película antipática y tiende lazos emocionales sólidos con su protagonista. 'Jackie' es una realización muy atendible.
El problema de 'Araña' es mucho más que intelectual: es afectivo. Esta película no quiere a sus personajes y uno como espectador los quiere todavía menos, porque son detestables.