La mejor película de animación del año es «¡Rompe Ralph!», que, al igual que su destacado corto telonero «Paperman», se presenta como un derroche de imaginación vibrante, un verdadero prodigio del estilo cartoon, con una puesta en escena impecable y sorprendentes hallazgos arcade.
Una historia sencilla y honda al mismo tiempo, ávida de silencios y miradas torvas, un sincero y emotivo homenaje a la maternidad y a los enfants, más que terribles, cabreados con el mundo.
Con un desparpajo y una naturalidad desarmantes, los directores logran varias aciertos, respaldados por una extraordinaria capacidad de observación y escucha. Un filme que merece ser reconocido.
Puede parecer tediosa y exagerada, pero con el tiempo notará cómo influye en su interior de una manera inesperada. Le dejo dos consejos: no se la pierda y tenga cuidado al a recomendarla.
El resultado es un castillo de cartón más, donde no faltan las sentencias huecas, aunque sus bellas escenas submarinas hacen llevadero cualquier trago espeso.
Clavado el look externo, Tabernero logra acertados apuntes sobre la naturaleza interna de los personajes. Es difícil encontrar un elenco contemporáneo que esté tan cohesionado e inspirado.
Cassavetes crea con gran habilidad un retrato íntimo y conmovedor que logra esquivar la mayoría de los clichés y la sobreactuación emocional. El resultado, interesante y accesible, reafirma que un drama romántico al año puede ser positivo.
El valor documental del filme se siente incompleto y evita cualquier pretensión de no ficción. En su lugar, nos ofrece una historia que oscila entre 'Oficial y caballero' y 'Rocky'.
Ni albricias ni alipori. La cinta da bandazos continuos entre la comedia romántica y el drama familiar, sin ofrecer un retrato femenino convincente; más bien presenta bocetos de un clan que se autoperdona sus torpezas.
Hay buenos golpes de humor, pero la falta de motivación y el sentimiento de repetición terminan afectando a unos personajes tan poligonales y con poca expresión humana que parecen sacados de la peor tradición de la compañía.
El gran oficio del cineasta eleva el resultado más allá de un simple telefilme, aunque la expresión de Fiennes como opositor a notarías puede poner en riesgo la obra.