La película más madura de Del Toro no solo aborda temas importantes, sino que también demuestra cómo ha conseguido establecer un espacio propio en el cine, donde puede coexistir con sus ideales y compartirlos de manera auténtica.
Nos ofrece muchos elementos a los cuales ponerle atención. Esta es una trama que está consciente de su trivialidad y de su tono de slapstick y no se disculpa por ella. El resultado es increíblemente entretenido.
Lejos de ser una película histórica sobre el SIDA, la obra de Robin Campillo es un vibrante reflejo de activismo y vitalidad frente a la muerte. La actuación de Nahuel otorga un rostro y un desenlace digno a la parábola central.
A pesar de las sensibles actuaciones de Firth, Kidman y Sanada, sorprende el toque de indiferencia que esta adaptación deja en el espectador al salir de la sala.
Comparte con su antecesora los mismos pecados y virtudes, sólo que tiene la desventaja de ser la segunda, la extensión de lo que funcionó pero también, y especialmente, de lo que no.
Aunque el tratamiento de los personajes y la calidad del doblaje han mejorado considerablemente, el desarrollo de la trama se siente algo descuidado. Se presta más atención a crear una caricatura inofensiva que a ofrecer una historia con verdadero carácter.
Es un constante clímax técnico, que merece ser visto por sus proezas en dirección, fotografía, diseño de producción y por la forma en que el tiempo se detiene en cada una de sus secuencias.