El producto más antishyamaliano posible, pues su estilo (...) se troca en puro exhibicionismo (...) Una fantasy vistosa, con sus apreciables dosis de magia, decorados digitales de ensueño y entretenimiento a discreción.
Es una obra francamente apreciable: se sitúa lo más lejos posible del temible panfleto telefilmesco y cuenta con dos portentosas composiciones de Clàudia Pons y Aina Clotet
La premisa argumental de esta película es verdaderamente estimulante. Sin embargo, a medida que avanza, la historia se va desdibujando y la película se pierde en ese torrente de misterios numéricos.
Hay menos toques imaginativos, menos invención y bastante más sentimentalismo, pero la diversión está asegurada y nadie en su sano juicio la despreciaría.
La belleza y pureza de sus imágenes, la línea clara y el latido romántico que bombea durante todo el metraje constatan la presencia de un narrador excepcional.
Es un retrato bienintencionado, de espíritu realista, de un adolescente conflictivo e inclinado a la delincuencia, con tendencia a enfatizar los clichés.
Los escenarios están descritos con mano maestra, el tono funde admirablemente dureza y ternura, y los personajes son retratados con una serena humanidad, además de estar prodigiosamente interpretados.
Su exposición es fresca y dinámica, el trazo con que Richard Ayoade pinta al héroe tiene el calado emotivo, hondamente melancólico de las mejores páginas de Antoine Doinel.