El filme plantea la incertidumbre sobre si los numerosos desenfoques presentes cumplen una función específica o si simplemente son caprichos estilísticos de la cinefotógrafa María Secco.
Con una feroz determinación, se enfoca en revelar todos los secretos ocultos y embarazosos, que han estado cuidadosamente escondidos. Esta búsqueda se convierte en una astuta y audaz autodenuncia de la insigne señora, llevándola a una exposición sin pudor.
Resucita con gran brillantez el exquisito melodrama familiar, que es tanto hipersensible como reflexivo, y que evoluciona desde Sirk hasta Fassbinder, reinterpretándolo de manera impresionante.
Impecable, adopta un estilo fluido y sumamente pulido para expresar sus abundantes ideas. Este enfoque parece ser espontáneo, sin tropiezos, lo que le da un toque casi familiar.
Desborda un evidente desaprovechamiento de talento, incluyendo el brillante y vasto potencial de Trier, así como el triste talento de cada uno de sus personajes masculinos.
Impactante. La devastación, tanto inmediata como posterior, se manifiesta tanto en el exterior como en el interior, convirtiéndose en un diario íntimo en plena acción de lo que no se puede nombrar.
Centra toda su tensa e intensa potencia conmovedora en el trazo de ese fascinante personaje juvenil femenino que representa a la vez el mejor modelo apátrida.
Vendría a ser cualquier cosa menos únicamente un cuento de hadas; sería un cuento, pero envenenado. También sería un panfleto feminista, pero hipersensible. Y sería un relato edificante, pero con un toque acerbo.
Mantiene la tensión, presentando la guerra no como un concepto abstracto, sino como una experiencia impuesta que se vive en un contexto carente de sentido.