Es una serie de crímenes reales que sigue el formato habitual, pero la implicación de John Carpenter y su familia es escasa y falta de entusiasmo, lo que no transforma significativamente la experiencia.
Aunque Ellis eleva la tensión con los cortes transversales y la confusión generada por los monstruos en el tramo final, le resulta difícil sostener esa intensidad por un periodo prolongado.
Lo que impide que la película se convierta en una horterada total, es su inquietante atmósfera y su perturbadora calidad infantil, que sumerge al espectador en una pesadillesca realidad alternativa.
Los efectos prácticos y el diseño grotesco de las marionetas resultan cautivadores. Sin embargo, las actuaciones poco consistentes y las caracterizaciones contradictorias hacen que sea complicado conectar con la historia.
Es más fuerte cuando abandona su búsqueda de sentido y baila una danza tonta frente a la propia Muerte. Aunque seca y burlona, no es más que una risotada.
Kendrick, como directora, sorprende al presentar eficazmente escenas de suspense al estilo de Hitchcock, destacando su habilidad para combinar tensión con su distintivo ingenio, a pesar de no estar asociada a temáticas sombrías en su faceta actoral.
Una vez que eliminas los impresionantes escenarios, solo queda una comedia romántica que carece de auténtico romance y que resulta divertida en raras ocasiones.
Esta obra es excepcional en su erudición, ya que desarrolla una teoría integral que explora la manera en que las películas de terror populares a nivel global reflejan el trauma nacional.
La película transmite una profunda sensación de alegría y colaboración, manteniendo este sentimiento a lo largo de su narrativa, incluso al tratar cuestiones serias como la vida, la muerte y el legado.
La película, a pesar de sus impresionantes paisajes de bosques dispersos y las inquietantes chimeneas industriales que Riegel captura en hermosos y granulosos 16mm, carece de elementos realmente memorables.