Consigue trascender aquello que narra para describir un estado de situación mucho más amplio, el triste paisaje de hoy en los Estados Unidos, surcado por el desempleo y la desesperanza.
Tiene momentos de una rara, extraña belleza y toma riesgos que casi nadie asume hoy, empezando por recordar y honrar a Bresson. Y eso, en el cine preformateado que está invadiendo los festivales, no es poca cosa.
Hay una colisión evidente en el film de Dumont entre la cualidad ominosa y tragicómica de los habitantes originarios del lugar y el lustroso elenco encabezado por Luchini, Bruni-Tedeschi y Binoche, como si Dumont hubiera intentado mezclar el agua y el aceite, pero nunca lo hubiera logrado.
La nueva película del director de Manhattan no pretende ser otra cosa que un simpático, ligero, divertimento, en el que Hemingway, Picasso y otras vacas sagradas de la cultura parisina de los años ’20 son mostrados de manera amablemente caricaturesca.
Propone una historia de insidias, traiciones y erotismo softcore que quizás funcione en el mercado asiático, pero que si por algo llama la atención es por su ramplonería.
Nadie como Petzold sabe trabajar con los géneros clásicos de Hollywood y reformularlos para reflexionar sobre la historia de su país y la identidad constitutiva de su sociedad.
La particular sensibilidad del director de 'Lejos del paraíso' hacia el melodrama alcanza su cumbre con esta extraordinaria adaptación de una de las primeras novelas de Patricia Highsmith.
La película, dirigida con solvencia televisiva, retrata las diferencias artísticas que surgieron entre Marilyn Monroe y Laurence Olivier cuando filmaron 'El príncipe y la corista'.
Aún reconociendo los problemas, algunos bastante evidentes, de una película que no se encuentra entre las mejores de su autor, sería injusto no valorar aquello que le otorga un lugar excéntrico, casi fuera de órbita, en la producción insípida del Hollywood contemporáneo.
Como suele ser habitual en las películas de Tarantino, la narrativa es no lineal y se desplaza hábilmente a través del tiempo y el espacio. Hay una abundante representación de la cultura local y, como era de esperar, una gran cantidad de objetos de recuerdo.
La película gana en concentración, al igual que Renée Zellweger, quien se convierte en el eje central de la historia. En cada escena, Zellweger logra encontrar el tono adecuado.
Es de una gran firmeza: Bellocchio maneja con su maestría habitual elipsis y transiciones temporales, que le permiten ir del pasado al presente, ida y vuelta, incluidas paradas intermedias, con una fluidez cuyo secreto sólo parecen conocer los cineastas de su generación.
La fluidez, transparencia y economía de su puesta en escena, que no necesita de la parafernalia de efectos especiales a los que se ha abandonado el cine de terror actual para sostener el suspenso y la tensión narrativa.
El apasionante documental El caso Padilla, del cubano Pavel Giroud, viene a echar luz sobre un período particularmente complejo del proceso revolucionario cubano.