La alegría de las dos entregas anteriores se perdió por completo y cada baile suena aquí como un acto reflejo, casi forzado. Lo mismo pasa con el sabor amargo que tiene ahora cada chiste y cada ironía.
La décima película, punto de partida de una trilogía final, se apoya en lo mejor de la propia historia de la saga para concebir una aventura intensa y muy disfrutable.
Aquí está el principal problema de esta comedia musical: sugiere constantemente diferentes direcciones sin llegar a profundizar en ninguna. La falta de decisión sobre la narrativa la deja inconclusa y desdibujada.
Un fallido relato sobre personas que tratan de superar la adversidad es un paso atrás en la carrera de Melfi, que venía mostrando en sus películas anteriores una genuina sensibilidad.
Entretenimiento, asombro y un disfrute genuino que superan cualquier inverosimilitud. La pérdida irreparable de Walker se sentirá profundamente, pero no detendrá el avance de Rápidos y furiosos.
Estamos frente a una obra de Tarantino dirigida al público joven. La película está llena de referencias y guiños a clásicos de los años 90, ofreciendo una divertida experiencia acompañada de una acción trepidante que se mantiene siempre clara y accesible.
Peele combina obsesiones, interrogantes y influencias de forma tan aleatoria que a menudo nos hace perder el rumbo y dificulta la comprensión del núcleo de la historia.
Sin perder el espíritu de la comedia familiar convencional, el film se propone rescatar a los perdedores, reivindicar cierto comportamiento animal por parte de los humanos y cuestionar desde allí la trivialidad de los excesos en el lujo y la sofisticación.
El film ratifica el talento de los animadores surgidos de la península en los últimos años. Con genuino sentido del humor y un diseño de animación digital que no tiene nada que envidiar a las poderosas expresiones del género realizadas en Hollywood.
La imagen surgida del extraordinario trabajo artesanal y la infinita imaginación de Miyazaki resulta tan precisa, tan bella y tan armoniosa que no tiene un solo destinatario y se disfruta a primera vista.
Emmerich no intenta engañar a nadie. Con su estilo característico, marcado y directo, presenta su narrativa sin sutilezas, pero con la suficiente claridad para que comprendamos la dirección de cada personaje y su lugar en la historia.
La película presenta una sobrecarga de estímulos y una amalgama de ideas que Dominik combina y superpone en una estructura de avances y retrocesos. Este enfoque puede resultar fascinante en ciertos momentos, mientras que en otros se torna repetitivo y hasta infantil.
El relato avanza a veces arduamente y con exceso de explicaciones, pero a la vez hay que destacar el esfuerzo de Norton por dotar de nobleza y clasicismo a los personajes y contar un genuino film noir con las variaciones de una suite de jazz.
El uso de material documental de archivo permite entender aún más el profundo conflicto que enfrenta O’Neal. Este enfoque refuerza la atención hacia un relato presentado con energía, convicción y honestidad intelectual.