Una serie documental de formato convencional, que presenta algunas imprecisiones en su cronología y utiliza un único recurso visual para mostrar los lugares seleccionados en la búsqueda de testimonios: tomas aéreas capturadas con drones.
En menos de dos horas, Requa y Ficarra abordan múltiples géneros y logran una fecunda mezcla que fusiona todos los elementos en una entrañable historia de amor.
La película presenta bienvenidos elementos de autor del talentoso Sam Raimi, aunque también se siente cierta desorganización y falta de emoción, resultado de su intento de explorar infinitas versiones de todos sus personajes.
Es un desfile de rutinas desganadas, chistes gastados, una narración con saltos y cambios de tono inexplicables y mucho ruido. Al ser todo tan gratuito, el desparpajo de la primera aventura se transforma aquí en pura vulgaridad.
La presencia de un carismático protagonista como Miguel Bernardeau no alcanza para compensar los vaivenes de una nueva adaptación condicionada por los mandatos de la corrección política y algunas malas decisiones tomadas alrededor de la edición y la música.
Hay pocas ganas de salir de los lugares comunes para la creación de una atmósfera de pesadilla, ilustrada todo el tiempo por golpes de efecto visuales y sonoros.
Las mismas fortalezas que sostuvieron el regreso triunfal de Jumanji en 2017 están a la vista en esta continuación. Hay en sus artífices un confeso y visible amor por la aventura en todas sus formas posibles desde el cine.
Un relato que confía ante todo en la notable capacidad de Baumbach para captar al vuelo reacciones (sobre todo de parte de la extraordinaria Watts) y conductas que van del optimismo a la conciencia de la desventura.
Con una extraordinaria actuación protagónica de Marcelo Subiotto, la película utiliza muy bien los recursos de la comedia clásica en un atípico entorno.