La serie va más allá de ser un simple drama de época con vestidos elegantes, acentos exagerados y melodramas superficiales. Se adentra en temas profundos y complejos, ofreciendo una narrativa que invita a la reflexión y conecta emocionalmente con el espectador.
Una historia dramática real de un improbable triunfo sobre la adversidad, tan evidente y manipuladora que parece haber influido en otras ficciones atléticas similares.
Vale que hayan querido hacer un homenaje, pero esto apesta más a sudor que a nostalgia. Hay tan poca espontaneidad que hasta las sorpresas parecen manufacturadas.
Lo que la eleva más allá de una simple crónica de drogas es la sensación de que Gilliam, al igual que Thompson, tiene un control absoluto sobre su arte, mientras se deja llevar por fuerzas impredecibles que escapan a su control.
Imaginad estar sentados delante de una película que dura 139 minutos, de los cuales 45 sobran y presenta cinco subtramas innecesarias. Al igual que Momoa, al principio resulta atractivo, pero pronto se vuelve agotador.
Es un logro sólido, técnica y dramáticamente. Al igual que sus protagonistas, la película realiza su trabajo con un mínimo de histrionismo, pero con una tonelada de suspense.
No logra generar una profunda furia o tristeza, a pesar de sus intentos. La historia es interesante, aunque no sobresale por su espectacularidad; logra encender la chispa, pero carece de calor.