El formalismo del cineasta alcanza cotas de majestuosidad sencillamente apabullantes en un trabajo que apela a la memoria cinéfila para reivindicar la inocencia en tiempo de guerra.
Aibar maneja material inflamable y no siempre cae de pie. Mejor rendirnos ante la arrolladora singularidad de una propuesta ensimismada y desconcertante, pero finalmente satisfactoria.
Para quien valora un buen cuento de fantasmas. Lo mejor: sus profundas raíces en el gótico clásico. Lo peor: demasiada rutina en algunas soluciones visuales.
Puede que Saul Dibb comprendiera las potencialidades subversivas de este romance con el enemigo, sin embargo, contaba con demasiadas miradas críticas (la BBC, los Weinstein, los lectores) que le impedían desviarse del academicismo.
No hay espacio para la ironía en el universo de Daniels, aunque las diferentes estrellas que pueblan el Despacho Oval sí ofrecen un contrapunto cómico a una trama demasiado abigarrada.
Un blockbuster más interesado en la réplica ingeniosa que en las escenas explosivas. Es ligera como una burbuja de jabón y tan fascinante como un caleidoscopio.
La directora se concentra en el personaje, que aunque es atroz, resulta humano. La película profundiza en su ambición, resentimiento de género y clase, así como en sus contradicciones. Tal vez logra su objetivo de forma tan efectiva que resulta abrumadora.
Un modelo de ficción televisiva adulto, tenebrista y devastador en sus paralelismos con una sociedad, la nuestra, que no parece haber aprendido nada de los errores de su pasado.
La película se encuentra atrapada en una narración confusa y claustrofóbica, tan absorta en su fragmentación temporal que el espectador termina dejándose llevar únicamente por el placer sensorial de las coreografías.
Nolan parece un prosista esforzándose por encontrar el alma a través de las matemáticas, intentando establecer fórmulas exactas para describir la mecánica (cuántica) del corazón. Es una colosal parábola sobre nuestra relación con el infinito.
Se opta por descartar el humor negro, eligiendo en su lugar un melodrama más accesible. Lo más destacable es la inusual química entre Álex García y Eduardo Blanco. Sin embargo, el desenlace resulta confuso y poco satisfactorio.
La secuela repite los mismos patrones y fórmulas, con un reparto en perfecta armonía, diálogos extraordinarios y una ejecución de gags bastante notable.
Ari Gold (Jeremy Piven) logra insuflar pequeñas bocanadas de vida a esta fiesta con refrescos sin gas en la Mansión Playboy, minutos antes de su demolición.
Contiene todos esos tics edulcorados que dan mala fama al cine familiar, ya que se percibe que los responsables intentan manipular a la audiencia de la misma manera que Jackman controla a su hombre de acero.
'Looper' combina una estética visual geométrica con un subtexto lleno de emoción y profundidad. Se siente tan próximo a la intensidad desbordante de '12 Monos' como a la firmeza cerebral de 'Origen'. Su impactante tramo final es simplemente avasallador.
Ahora que Ritchie no cuenta con su mejor baza, el factor sorpresa, su propuesta resulta más esquemática de lo que parecía en un inicio. No hay elementos especialmente arrebatadores.