La directora se concentra en el personaje, que aunque es atroz, resulta humano. La película profundiza en su ambición, resentimiento de género y clase, así como en sus contradicciones. Tal vez logra su objetivo de forma tan efectiva que resulta abrumadora.
Un modelo de ficción televisiva adulto, tenebrista y devastador en sus paralelismos con una sociedad, la nuestra, que no parece haber aprendido nada de los errores de su pasado.
La película se encuentra atrapada en una narración confusa y claustrofóbica, tan absorta en su fragmentación temporal que el espectador termina dejándose llevar únicamente por el placer sensorial de las coreografías.
Nolan parece un prosista esforzándose por encontrar el alma a través de las matemáticas, intentando establecer fórmulas exactas para describir la mecánica (cuántica) del corazón. Es una colosal parábola sobre nuestra relación con el infinito.
Se opta por descartar el humor negro, eligiendo en su lugar un melodrama más accesible. Lo más destacable es la inusual química entre Álex García y Eduardo Blanco. Sin embargo, el desenlace resulta confuso y poco satisfactorio.
La secuela repite los mismos patrones y fórmulas, con un reparto en perfecta armonía, diálogos extraordinarios y una ejecución de gags bastante notable.
Ari Gold (Jeremy Piven) logra insuflar pequeñas bocanadas de vida a esta fiesta con refrescos sin gas en la Mansión Playboy, minutos antes de su demolición.
Contiene todos esos tics edulcorados que dan mala fama al cine familiar, ya que se percibe que los responsables intentan manipular a la audiencia de la misma manera que Jackman controla a su hombre de acero.
Es posible que quienes no estén familiarizados con el universo de la serie se sientan un poco desorientados. Sin embargo, los aficionados están de celebración: Phineas y Ferb se ha adaptado a este formato de larga duración con la misma eficacia que Las Supernenas o Bob Esponja antes que ellos.
Yonebayashi no se atreve a apartarse ni un ápice del canon estético fundado por el padre Miyazaki, pero esto es mucho más que el trabajo de un alumno aplicado: su aliento onírico, potenciado por la música de Cécile Corbel, lo acerca al sobresaliente.
El debutante Theodore Melfi muestra conocimientos adquiridos de la Escuela Alexander Payne, aunque todavía le falta perfeccionar la gradación tonal. Se trata de una propuesta irregular, pero a la vez muy estimulante.
McCarthy consigue que sus personajes sean frescos, cercanos y auténticos. Aunque en el tramo final no logra resolver los conflictos de manera efectiva, cierra la historia con un plano final que impacta profundamente sin recurrir a trucos.
Ricki es, más allá de sus concesiones al melodrama sencillo, una nueva adición al panteón de protagonistas indómitos que la guionista Diablo Cody ha creado desde 'Juno'.
Una forma muy pura de amargura se ha ido colando a través de su grosería, hasta el punto de que 'American Pie: El reencuentro' sería la cinta de humor zafio más reflexiva de todos los tiempos.
Director y guionista intentan extraer algo de verdad de su elenco, pero todos parecen moverse por inercia en una trama sin espacio para la sorpresa o la improvisación.
Película enfocada en la diversión más que en profundizar dramáticamente en cada escena. Es un espectáculo entretenido, aunque no logra impresionar al mismo nivel que las obras de Whedon o Black en el universo Marvel.