Resulta una película tremendamente predecible en sus recursos narrativos y dramatúrgicos: cada giro y cada situación están trazadas con aburridora claridad por esa agenda aleccionadora con que fue concebido todo el filme.
Es evidente cómo el director toma partido por la resistencia ciudadana y simplifica al cura como el malo de la película. Aun así, sigue siendo un relato bien logrado, entretenido e ingenioso, además de ser la prueba de que si el cine colombiano tiene un clasicismo cinematográfico.
La forma como su directora decide hacer el desenlace de los acontecimientos es bastante discutible, puede ser que hace unas concesiones para agradar a una parte del público, sin embargo, otra parte de este se podrá sentir defraudado.
El mayor mérito de la película es poder capturar el carisma de este prohombre y, con ello, sostener la narración de principio a fin. En esta tarea, el trabajo del actor Javier Cámara fue fundamental.
Esta es la película de un sádico, y tal vez hay que decirlo por doble partida, por el protagonista de la historia y por el director del filme. Juntos hacen una película violenta y casi obscena, por un lado, pero reflexiva, inteligente y atractiva, por el otro.
Hace mucho tiempo que Scott dejó de hacer películas que se interesaran en algo más que la taquilla, por eso en esta producción prima la intriga del secuestro, el circo mediático y el drama de la madre.
Un estudio antropológico y también histórico, una denuncia sin panfletarismos que hoy es más actual que nunca, y un afinado modelo de cómo podría ser idealmente el realismo cinematográfico.
Esta película logra transmitir esa sensación de pérdida y tristeza, no solo de esta mujer en particular, sino de toda una comunidad, y lo hace con una singular mezcla de fuerza dramática y una sutil poética visual.
Se trata de un filme sensible y demoledor al mismo tiempo. Una fábula dulce y amarga sobre la infancia, contada con un equilibrado sentido de las proporciones.
La forma en que se construye la historia y los personajes, junto con el enfoque en la amistad y las expectativas de estos jóvenes ante la vida, convierte a esta película en una propuesta única y repleta de virtudes.
Este arsenal visual, la descarga sonora por vía del protagonismo del rock y la salsa, así como el ímpetu del personaje y la fuerza de los textos, hacen de este filme una experiencia para aprovechar, no para hacerle reclamos por lo que pudo ser.
Un relato expuesto con la claridad y lucidez de un cineasta que hace del cine político su sello distintivo, con la virtud adicional de que es un cine que no solo plantea y desarrolla unos temas de peso, sino que lo hace con la destreza narrativa de un buen contador de historias.
Un relato que le exige al espectador tanto en su cinefilia como en su espiritualidad. Es una película de un cineasta inteligente y profundo, que disfruta plantear preguntas sobre temas esenciales y ofrecer posibles respuestas a través de su obra.
Biografía cinematográfica que, además de dar cuenta de la vida Kenney, le interesa reconstruir ese espíritu de irreverencia y transgresión que solo fue posible justo en esta coyuntura histórica y cultural.
Un bello ejercicio de hacer que el cine se parezca al viejo cine, el de celuloide. Una película que transporta a otro tiempo y a la piel misma de un hombre que inspiró toda una saga cinematográfica, y ahora inspira una nueva película que le dibuja sus facciones de cerca.
No es una película que destaque por su atractivo visual ni narrativo. Solo en ocasiones intenta ofrecer soluciones creativas en una trama centrada en las conversaciones entre personajes, lo cual resulta insuficiente.