El único problema de la película no es entenderla, sino soportarla, porque ese hastío por la vida vacía se transmite con enorme eficacia al espectador. Un desenlace en el que el acid, el house y todo lo demás ya han hecho pleno efecto en sus creadores.
Ciudadano Zuckerberg presenta una magistral estructura narrativa que no solo enlaza diferentes periodos temporales, sino también diversas perspectivas y cuestiones morales.
La descripción de ambientes y situaciones es lo suficientemente pesimista para que la trama sea efectiva; la violencia, tanto física como moral, se presenta de tal manera que logra mantener al espectador involucrado.
Se queda un poco sosita en su contenido. Hay momentos de buen cine, pero el director parece demasiado preocupado por imitar a Gus Van Sant, persiguiendo con la cámara al protagonista.
A pesar de que la película ata su discurso con cordel grueso, mantiene un tono digno y respetable, logrando que los fondos y las figuras se impregnen de verosimilitud mutuamente.
Muy en el estilo dramático de Ken Loach, la película resulta fría tanto en lo visual como en lo afectivo, destacando el trabajo de la debutante y magistral Katie Jarvis.
Todo es leve y sencillo, pero su paso cambiado lo presenta complejo y pretencioso. Recha vuelve a explorar esa vieja idea de la oceanografía del tedio.
Los dos actores jóvenes construyen de manera excepcional a sus robustos personajes, destacando especialmente la forma en que Gómez Pereira los va revelando.
El material narrativo de la historia proviene de una novela, pero es el estilo distintivo de Van Sant el que lo enturbia con su exceso. No obstante, 'funciona' en su enfoque minimalista.
Modélico ejercicio de cómo se puede domesticar un bronco drama y que, sin perder ni un solo gramo de su desalentador contenido, conserve entero toda su emoción, luminosidad, vitalidad y entusiasmo.
Puede considerarse una película 'blanda', pero es un cálculo erróneo que confunde lo de dentro con lo de fuera: una historia dura, turbia y estremecedora envuelta en gasa, seda y sosiego.
No hubiera sido un buen melodrama, pero sí es una divertida y cercana comedia, gracias, además de a la chispa entre guionista y directora, al especial talento de sus actrices.
Muy bien construida y dosificada, con claridad de ideas en los sentimientos que se debaten, desde los más puros y necesarios hasta los banales y accesorios. Tosar y Anna Castillo anudan bien sus personajes.
Es luminosa y debe agradecérselo a la cámara de Barbier, que logra capturar el encanto de la aventura infantil. También, de manera sutil, se entrelaza el desencanto por un mundo que se desmorona.
Sencillísima y emotiva trama. Es notable el modo con el que Neus Ballús consigue que las interpretaciones ingenuas de Andrada o Diomaye A. Ngom, estén ordenadas en tono y timbre con la resabiada de Sergi López.
Olivares incorpora ahora, sin jactancia, sin pretensiones de hallazgo del “hecho fílmico”, una enorme verosimilitud y sencillez a una ficción muy trabajada en sentimientos complejos y profundos.