No es tanto un drama social convencional, sino más bien una dramedia equilibrada, sin excesos ni fallos significativos. Es una película que cumple y se puede disfrutar.
Un film agradable que aborda de manera sencilla pero efectiva temas interesantes. Ofrece moralejas y utiliza colores vivos para disfrutarlo durante su duración, aunque presenta algunas pinceladas de cursilería.
Pone patas arriba las convenciones del cine independiente norteamericano sin aparente esfuerzo, destacando por su naturalidad al centrarse en tres personajes principales, que son ricos en matices y magníficamente interpretados.
Hecha en los márgenes, la película presenta una fisicidad en la imagen que evoca el estilo del mumblecore. Recuerda a obras de Lena Dunham, como Tiny Furniture. Aunque no tiene grandes fallos, tampoco ofrece aciertos memorables.
Es un film infantil estimable, con una animación bien realizada y algún momento de verdadero vuelo artístico. Sin ser una obra de arte, se pasa un rato agradable viéndola.
Una delicia, un milagro animado que nos hace volver a creer en la magia del cine y en las posibilidades de éste como medio expresivo (...) la mejor película de animación francesa desde 'El ilusionista' de Sylvain Chomet.
Sus secuencias de acción son impresionantes, sin embargo, su guión incurre en numerosos lugares comunes y errores, lo que la convierte en un mero vehículo de entretenimiento, cuyas ambiciones narrativas nunca logran reflejarse en los resultados.
Un film virtuoso que logra mucho con poco, presentado con un clasicismo muy apreciable. Es, sin duda, la mejor adaptación animada que se ha realizado de un cuento de los Grimm.
Uno de los trabajos animados más personales y meritorios hechos en España en los últimos tiempos. Cine valiente y valioso, muy bien ilustrado, y que afronta de forma directa temas tabú en este cine.
Es innegable que la película destaca por su corrección formal. Sin embargo, al final, la protagonista menciona que su vida “no ha sido gran cosa”, y esta afirmación resuena con la película misma. Sin duda, le falta algo.
Un espectacular homenaje al cine y a la canibalización de sus estrellas, con una parte animada puramente expresionista y otra de imagen real donde Robin Wright enamora a la cámara.
Hay sangre, palabras malsonantes, imágenes perturbadoras (en plastilina, eso sí) y su espíritu ochentero y amor por el desfase da para un estudio serio sobre la influencia del cine de género en la educación cinéfila de cada uno.
Salvaje y nada complaciente, es un trabajo de una riqueza técnica indiscutible, que en sus casi veinte minutos se las ingenia para mantener el interés en todo momento.