Hay sangre, palabras malsonantes, imágenes perturbadoras (en plastilina, eso sí) y su espíritu ochentero y amor por el desfase da para un estudio serio sobre la influencia del cine de género en la educación cinéfila de cada uno.
Salvaje y nada complaciente, es un trabajo de una riqueza técnica indiscutible, que en sus casi veinte minutos se las ingenia para mantener el interés en todo momento.
Parodia de la evolución darwiniana que reduce el impactante videoclip Do The Evolution de Pearl Jam a un simple cuento infantil. Evoca la esencia de un David O'Reilly enfadado.
Un trabajo artesanal de belleza naturalista, que explora ideas muy interesantes y sabe cómo ponerlas en imágenes sin fisuras de ningún tipo, todo esto orientado al público adulto.
Violencia gráfica y mucha sangre -de plastilina- para un trabajo de una técnica depuradísima y un sentido del humor negrísimo. No es para niños, eso por descontado.
Técnicamente es más que competente, con un ritmo muy reposado y alejado del espectáculo primario. Es la película de animación que haría Béla Tarr, comprometida con la historia del país al tiempo que reveladora.
Desde Seven a Sin City, pasando por El tercer hombre. Son éstas las influencias de un trabajo que vuela alto y que demuestra que no son los medios los que determinan los límites de una obra, si no la imaginación e inventiva de quienes se involucran en ella.
Un film extraordinario, maduro, con un gran guión que apuesta todo a la imagen al carecer de diálogos y dedicarse a mostrar (...) gana con los revisionados.
Una de las mejores piezas de animación que se han realizado nunca. Triste y demoledor, Mark Osborne logra presentar su trabajo más personal, valiente y poético en solo seis minutos que enriquecen y perduran.
El viejo molino demuestra que la animación puede trascender como un simple entretenimiento infantil, emergiendo como un verdadero medio de expresión artística. Es un cortometraje excepcional que ya tiene un lugar en la historia del arte.