La severidad eficiente del relato, así como un reparto que entre otros incluye a Kathy Bates y a Sam Rockwell, dan cuerpo a un fresco palpitante que es también un drama conmovedor. Clint Eastwood la hizo de nuevo.
Si la primera 'Scream' arrancó con una escena de 12 minutos llena de sorpresiva artesanía, la cuarta chapotea en su propia leyenda, ofreciendo partidas falsas e ironías estériles.
Un cine de vieja escuela que consigue enganchar sin más. Que se entrega a sus objetivos sin mayores muletillas ni comodines, sin mayores pretensiones y con toda la fe.
La originalidad de la propuesta, apoyada en las interpretaciones de chiquillos sin trayectoria actoral, conviva problemáticamente con un canto a la vida de alcances acotados y con la aparente suposición de que, mientras más se mueva la cámara, más realista será la representación.
No se puede obviar la falta de auténtica tensión emocional en los momentos clave. Es lamentable, especialmente teniendo en cuenta que se trata de un amor que podría haber brillado en pantalla.
Un cóctel extraviado de buddy movie y de registro epocal de anticipación, que para peor puede producir desconsolada nostalgia por 'Blade runner' o 'Minority report'.
Quienes siguen a Ritchie no deberían decepcionarse. Hay flashforwards que funcionan de manera efectiva y ralentizaciones que se entrelazan con música de DJ.
Una fábula sobre sueños aspiracionales que muestra retazos de comedia impredecible, lo que tiene su gracia. Pero también se aletarga y adocena con gran facilidad, lo que en este género es fatal.
Los chicos se siguen divirtiendo y la película fluye sin contratiempos. Ahora, que haya alguna utilidad en seguir machacando con este show pueril, de vocación planetaria y escenificación televisiva, es una cuestión más discutible.
Ni los altos estándares de producción ni la actuación habitualmente destacada de Timothy Spall logran evitar que la película se sienta monótona y que el guion caiga en la rutina.
Los temores que evocaba el tráiler de 'Ready Player One' se disipan rápidamente. Las numerosas referencias a la cultura pop no solo son inofensivas, sino que, en realidad, incrementan el interés y empujan la narrativa hacia adelante.
Pródigo en obviedades visuales y auditivas, en personajes de cartón y flashbacks de pacotilla, este Retrato tiene modos crueles y dolorosos de ser una película lamentable.