La película cuenta con impresionantes técnicas de animación, pero su enfoque tan evidente hacia el público infantil puede hacer que otros espectadores se sientan excluidos.
La película está más dirigida a quienes ya creen que a los que son escépticos. Presenta numerosas respuestas y ofrece una lección clara, destacándose por su fuerte mensaje moral.
El buen sabor de boca que deja, así como las sutilezas y aciertos del relato, no borran una impresión general: he acá una réplica de ese terremoto con visos de cataclismo que pasó por salas hace 14 años. Ocurrente, respetable y hasta admirable, pero réplica al fin.
La creatividad de Michel Gondry regresa en una película sencilla y conmovedora que, aunque parece desligarse de la realidad, logra captar lo esencial de las personas que la habitan.
La película se apoya en chistes y personajes desiguales. Si bien tienen sus instantes, las emociones no logran despegar. Esto convierte la conexión entre los protagonistas en un desafío.
Cuando el timing cómico falla, los personajes secundarios se sienten como de una sitcom genérica y los silencios incomodos reemplazan el humor, se evidencia un problema. Esta no es la única debilidad de la película.
Que lleguemos a conocer a Ryota y al resto a través de un sendero lleno de matices, fracturas e inquietudes, refleja un cine que se compromete con las emociones.