Eugenio Zanetti hace su debut como director con 'Amapola', una película que evoca un tono operático y que genera opiniones extremas, ya sea de amor o rechazo. La trama es irregular, pero logra ser llevadera, gracias a un impresionante trabajo visual.
Impresionan aquí las actuaciones, el meticuloso, impecable trabajo de la vestuarista Marcela Villariño y la directora de arte Adriana Mestri, la música de Damian Laplace, y, en especial, el libreto de Laplace y Leonel D' Agostino.
Película de singular equilibrio entre el clásico relato de mafias y la etnografía, que en un deseo de ser fábula, lo que en realidad presenta son crónicas reales estilizadas.
A veces la historia puede contarse con una sonrisa. Es lo que hace esta buena película, envuelta en el encanto de los primeros '60 y el comienzo de la carrera espacial.
Emociona la parte en que el joven redactor vuelca en esa columna sus sentimientos sobre la madre y los lectores los reciben conmovidos. Conmueven también varias otras partes.
La ambientación y el vestuario son excepcionales, al igual que algunas caracterizaciones, aunque no todas. La música desgarradora de Mica Levi es otro gran soporte que el director Pablo Larraín utiliza hábilmente para provocar angustia y extrañeza en el público. Sin embargo, esto plantea un inconveniente: la distancia.
Tiene el mismo nivel y estilo de fotografía del cine polaco que se liberaba del “realismo socialista”, con un formato propio de aquel entonces, y recoge su espíritu para meter al público más de lleno en el drama que quiere contar.
La película retrata con gran precisión la época, los anhelos de la juventud, las tensiones familiares y la incómoda realidad de un funcionario de rango medio, que resulta ser recto, formal y servil.
El atractivo de la historia es que está bien contada y actuada, sin defectos ni golpes bajos, transmitiendo una emoción auténtica y utilizando recursos magistrales.