Inteligentes, los autores no han hecho una película para intelectuales. Enfrentan de modo llano, comprensible, a Heráclito con Parménides, a Hobbes con Spinoza, hacen sonreír con situaciones cotidianas.
Ozon sabe cómo exhibir su inteligencia ante los snobs y los intelectuales, logrando satisfacer al gran público, que también es inteligente y disfruta de relatos refinados, entretenidos y con un trasfondo significativo, como el que presenta en esta obra.
Expone con discreción, naturalidad y excelente elenco cómo un maestro suplente, que viene de perder a su familia, ayuda a los chicos a procesar el suicidio, en clase, de la profesora titular.
Es una comedia agradable, original, con toques de ironía, ternura y melancolía, también con algunas imperfecciones menores, fácilmente olvidables, buena música, y tres intérpretes que le sacan el jugo a sus papeles.
El reparto es bueno y abundante. Quizás hubiera convenido, eso sí, un estilo de actuación más parejo, unos minutos menos de duración y unos toquecitos más al libreto.
Bien planteados los personajes, no todos los conflictos aparecen resueltos, ni todos los diálogos suenan naturales, pero esas objeciones quedan de lado frente al desenlace de la trama.
El juego alterna buenos chistes con recursos poco acertados, momentos de oscuridad con frases brillantes, y combina tiempos precisos con alargamientos innecesarios.
Se pasa el rato con esta comedia extrañamente romántica de Santi Amodeo, y se ven lindos lugares de Marbella y Estepona, aunque para el personaje principal sean deplorables.
El argumento carece de coherencia, pero la premisa es tan absurda que, por sí misma, resulta cómica. Además, hay algunos gags y diálogos que consiguen provocar carcajadas.
Una pintura cariñosa y burlona de la propia decadencia e indecencia de una señora exquisita, sus seres queridos y su clase social. Bruni Tedeschi se congratula con solo mantenerse al nivel de su anterior “Un castillo en Italia”.
Así es el cine de Aki Kaurismaki, con un estilo de puesta y de actuación que deleita a sus seguidores y desconcierta al resto del mundo por los diálogos secos, la expresión mínima y el humor asordinado.
Anne-Gaelle Daval, en su primera película, se presenta como una observadora aguda. Define con claridad a los personajes y los conflictos que enfrentan, e incluye un par de consejos saludables, logrando así gratificar al público femenino sin recurrir a excesos.
Es melancólica, y al final brinda una linda ilusión a modo de consuelo, porque describe las sucesivas reencarnaciones de un animal hasta reencontrar a su amigo más querido.