Esta película es de las que enamoran despacio. La obra tiene una duración considerable, y en ciertos momentos provoca ganas de acelerar el ritmo. Sin embargo, quizás era necesario que fuera así, para atraparnos y dejarnos con una sensación de asombro.
Payne eligió filmar en un hermoso blanco y negro, para redoblar la sencillez de la historia ambientada en un pueblo chico con habitantes de escasas ilusiones y mentes reducidas.
El autor Blas Eloy Martínez tiene un profundo conocimiento sobre el tema, ya que ha dedicado nueve años a estas tareas. En su obra, logra reflejar con una sutil ironía y un estilo que recuerda ciertas comedias montevideanas contemporáneas.
Esta película tiene ciertos méritos de entretenimiento y llamado de atención, pero también unos cuantos defectos que la hacen medio fastidiosa: es superficial, sobradora, irregular.
No es una tragedia, tampoco un drama social aunque tenga elementos, ni exactamente una comedia, aunque termine de modo simpático; no es un film perfecto, pero vale la pena.
Es una obra curiosa y singular, que destaca por dos aspectos interesantes: la moraleja final y la habilidad de crear una película bien realizada con un presupuesto muy reducido.
Debut de Martín Piñeiro, un director de cine publicitario que ha logrado, afortunadamente, evitar los trucos del cine comercial. Sin embargo, el guión presenta algunos vacíos que podrían haberse corregido.