Aunque la aventura capta nuestra atención, el humor característico se ha desvanecido, y la nostalgia por aquellas maravillosas miniaturas que sorprendieron al mundo nos invaden.
Entretenimiento de primera clase, fundamentado en el talento inconmensurable de sus dos actrices principales, deja escaso poso. Proporciona un rato estupendo, pero cuesta volver a ella en el recuerdo.
La banda sonora carece de canciones memorables, el París de época se siente artificial y las jóvenes protagonistas pueden llegar a ser bastante irritantes. Sin embargo, es justo admitir que la película logra funcionar.
Cuenta con un conmovedor e impecable Sir Anthony Hopkins. Aunque es excesivamente clásica, casi carrinclona, con un aire que recuerda a lo que realmente es: un lujoso telefilme de la BBC, logra emocionarnos.
Una decepción proporcional a la duración del filme. Malick ha perdido el rumbo con esta hagiografía. Es una película que requiere mucha paciencia y ofrece muy poco a cambio.
Aunque no aporte grandes revelaciones cinéfilas y psicoanalíticas, brilla por su elegante discreción, por sus generosas dosis de un humanismo y por la inteligencia de un autor que, aun con su film más aletargado, nos recuerda que sigue siendo uno de los más interesantes realizadores galos.
Una obra maestra que cuenta la historia de amor entre Cate Blanchett y Rooney Mara, quienes ofrecen interpretaciones sublimes. Fue recibida con ovaciones en Cannes 2015, dejando a este cronista con lágrimas en los ojos.
Bajo la cuidada fotografía de Philippe LeSourd y el característico barroquismo pop, se desarrolla una historia impregnada de una melancolía auténticamente dolorosa, llegando a ser incluso abisal.
Imposible no caer rendido ante esas rimas internas. Lejos de cualquier cripticismo, el rompecabezas que se va armando durante la película es de una claridad diáfana y deslumbrante. Es verdaderamente iluminadora.
Es la mejor película del director. Bayona logra el equilibrio justo entre lo que puede y no debe mostrar. La experiencia para el público, el gran público al que va dirigida, es inolvidable.
Nos recuerda que la emoción no está reñida con el rigor, que el arte puede mirar a los ojos de la tragedia y que no hace falta recurrir al sensacionalismo para mostrar cuando el hombre es un lobo para el hombre.
Es imposible no quedar superado y, al mismo tiempo, embelesado por la combinación de tres formatos analógicos, que puede y debe considerarse sublime. Prodigiosa.
Resultona. Podría haber sido una gran película sobre el lado más estúpido de la fama y las enormes sumas de dinero que genera. Sin embargo, su afán redentor la convierte en una propuesta demasiado superficial.
La traslación del romanticismo decimonónico al interior de un club, en la penumbra del cine, resulta efectiva, especialmente en la pantalla grande. Es hipnótica y envolvente.