Richard Brody

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Richard Brody The New Yorker

Construye las bases de la cultura negra como un movimiento de autodeterminación y de autoafirmación. Una película remarcable.

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Su vena amarga filosófica tomó el mando. Revela que estaba dotado de grandeza irónica en su carácter, algo que no encajaba con los nuevos gustos de la época.

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La película reaviva acontecimientos de antaño mediante la chispa del contacto físico, y sus viejas luchas iluminan las actuales revueltas y batallas con una rabia absoluta que se parece mucho a la del propio cineasta.

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Chaplin lleva la hipocresía de las costumbres hasta sus últimas consecuencias. Cuanto más grande y global el tema, más ineludiblemente personal se volvía su enfoque.

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Está lejos de no ser disfrutable, pero aún más lejos de ser sustanciosa. Un viaje nostálgico que parece estar dirigido a los espectadores que esperan que Soderbergh regrese a su estilo de los 90.

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Sacrifica algo de desarrollo de personajes para centrarse en las complejas -y generalmente fascinantes- maniobras legales que tienen lugar en la sombra. Pero, sobre todo, enfatiza la importancia del activismo social.

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Davies no sólo es un director profundamente emocional y uno de los grandes estilistas de la imagen y el sonido, sino también un increíble director de actores.

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El poder de la interpretación de Kingsley no solo se debe a su arte expansivo y preciso, sino también a un astuto guion de John Walsh y a la intensa dedicación de Harron a captar su esencia.

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Sus puntos álgidos son solo intermitentes, debido a las particularidades de la dirección de la película y a la deferencia de la misma hacia las convenciones del género bio-pic.

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Una visión reveladora de una industria con muchas personalidades y de las indulgencias que la alimentan.

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Un apasionante panorama de los obstáculos políticos a la realización personal, la inseparabilidad de la vida privada del poder público.