Es una obra tan posmoderna que roza el concepto de poscine. Sin embargo, esto no le resta su atractivo. Sería penoso que la magnífica novela que pocos conocen se transformara en la extraordinaria película que pocos se atreven a ver.
Eastwood brilla en su papel, incrementando la tensión progresivamente. Al final, nos sorprende de tal manera que puede permitirse disminuir la intensidad con escenas violentas que otros cineastas habrían abordado con mayor fuerza.
Boorman merece reconocimiento por la asombrosa grandeza de su imaginación y visualidad, por el encanto de sus excesos y por su valiente intento de hacer una película que, a pesar de sus ambiciones, logre elevarse.