Martin exhibe su típica mezcla de cinismo y un infantilismo desenfrenado, brindando momentos de humor que recuerdan a las payasadas de Jerry Lewis, con movimientos de brazos y piernas que parecen completamente desincronizados.
Habilidosa y entretenida, aunque demasiado larga, logra abordar (de manera poco sutil) algunos problemas éticos importantes. La clase, no obstante, la pone un siempre impresionante Duvall.
El conjunto carece de enfoque temático central, y la extraña obsesión inglesa del mundo de Greene está completamente ausente. Más artesanal que inspirada, se hace notar principalmente por sus sólidas interpretaciones.
Una conmovedora obra de despedida cuya historia familiar muestra una emotividad inusual, sirviendo como un profundo y sereno recordatorio del paso del tiempo y del inevitable acercamiento de la muerte.