Esta adaptación del éxito de Michael Frayn tiene sus puntos altos, pero no logrará satisfacer a quienes se divirtieron a carcajadas con la versión original.
La película presenta varios giros, aunque carece de sorpresas impactantes. Norton entrega una actuación destacada, pero se ve limitado por un entorno que se siente demasiado artificial para resaltar su talento.
Es difícil entender la importancia de este estilo cinematográfico, que claramente es la causa de que nadie, ni siquiera Antonioni, lo intente desarrollar más.
La película se mueve entre un romance exagerado y la representación de un hombre perturbado, que resulta ser un personaje intrigante y divertido. Es comprensible que el director haya desautorizado la versión original.
Martin exhibe su típica mezcla de cinismo y un infantilismo desenfrenado, brindando momentos de humor que recuerdan a las payasadas de Jerry Lewis, con movimientos de brazos y piernas que parecen completamente desincronizados.
Habilidosa y entretenida, aunque demasiado larga, logra abordar (de manera poco sutil) algunos problemas éticos importantes. La clase, no obstante, la pone un siempre impresionante Duvall.
El conjunto carece de enfoque temático central, y la extraña obsesión inglesa del mundo de Greene está completamente ausente. Más artesanal que inspirada, se hace notar principalmente por sus sólidas interpretaciones.