Magistralmente coreografiada por Fosse, los números de cabaret evocan el Berlín de 1931 de forma tan vívida que sólo un idiota no sería capaz de percibir que algo está podrido en el estado de Weimar.
Las escenas de Ken Adam son originales, pero los efectos especiales son de mala calidad, las canciones instantáneamente olvidables y su largo y pausado metraje, una tortura exquisita.
La dirección de Lang destaca por su maestría, aportando significados y creando tensiones mediante imágenes que son a la vez sobrias y sorprendentemente bellas. Es una obra cinematográfica realmente notable.
La dirección de Frankenheimer transforma la complejidad de trenes, vías y estaciones en una experiencia cautivadora que atrapa la atención del espectador.