El guión resulta un tanto débil y en ocasiones se presenta de manera torpe. Eastwood demuestra su oficio y corrección, aunque no su genialidad, al trabajar en un proyecto que parece no resonar con él.
Un ritmo vivaz, una deslumbrante fuerza visual y el espléndido trabajo de los actores logran sostener de manera desigual el interés de la trama. Aunque el guión es intenso, se siente frío y cerebral.
El homenaje a las películas de serie Z de los 70 se queda en lo superficial, resaltando lo peor y trivializando lo que realmente es excelente. Se percibe como una fantasía centrada en chicas atractivas y en conversaciones carentes de profundidad.
Sin un solo diálogo, reclama el interés del espectador desde una deslumbrante belleza formal y el sonido hipnótico de los ritmos atávicos, puestos al día en una hermosa banda sonora.
Las intenciones son indudablemente positivas y, en cierta medida, se logra su objetivo. Sin embargo, la excentricidad de gran parte de sus tramas y sus inusuales conclusiones la colocan en la categoría de series poco clasificables, aunque de interés relativo.
Bello retrato de un grupo de jóvenes, una película fascinante, rodada en blanco y negro con lo justo y necesario. Consciente de sus imperfecciones, es una obra que respira libertad y está saturada de fuerza.
Sobrada de medios de producción, adolece de una notable falta de originalidad, escenificando con un sonrojante esquematismo la confrontación entre buenos y malos.
Arranca como un atractivo e hipnótico relato convencional, pero al poco se quiebra y se transforma en algo muy diferente, más dubitativo y experimental.
La cinta se mueve en los registros más planos imaginables y se complace en subrayar lo más evidente. Lo mejor: la historia de amor imposible entre el protagonista y una putita soñadora y pragmática.
Intenta ser un retrato íntimo que reconstruye con imprecisión, deteniéndose en ciertos aspectos mientras pasa de puntillas por otros que parecen decisivos.
Un retrato estimulante y minucioso, entre la fascinación y una mirada poco complaciente, a la altura de este superlativo y complejo conocedor de la naturaleza humana.