Dado que el único propósito del proyecto es ser una megafiesta alrededor de las canciones de Raffaella Carrà, lo logra con creces. Todo lo demás queda en un segundo plano.
Como cabría esperar de un superdotado como Von Trier, la película es visualmente irreprochable pero narrativamente tiende a la confusión. Además, su metraje resulta desmedido.
Las caracterizaciones de Gudnason y LaBeouf son perfectas, y la reconstrucción del mítico partido muestra una credibilidad excepcional. Además, se destaca una notable dirección artística y una fotografía difuminada que resulta muy evocadora.
A pesar de la dedicación de los talentosos Brühl y Watson, la película se siente vacía y distante, careciendo de la conexión emocional necesaria para involucrar al espectador.
Como crónica histórica, funciona a la perfección aunque el conjunto resulta un pelín deslavazado y es inevitable la impresión de que el director echa el resto en las partes y se olvida de que lo importante es el todo.
Una puesta en escena muy teatral que crea una atmósfera claustrofóbica e irrespirable, donde lo relevante no es tanto el qué sucederá, sino el cómo sucederá.
La puesta en escena es de una belleza sobrecogedora, desde la excepcional fotografía hasta las milimétricas coreografías de los combates, pasando por una sugestiva e hipnótica banda sonora.
El filme comienza con gran energía, generando tensión y angustia, pero a medida que se desvelan los enigmas, poco a poco pierde fuerza, pues el director elige de manera evidente enfocarse en el morbo.
Más que interesante película con una atmósfera inquietante. Lo mejor es que, probablemente debido al presupuesto, la casi total ausencia de efectos especiales otorga mayor credibilidad a la historia.
Pese a las buenas intenciones, todo resulta tan predecible y da una sensación tan artificial que la indignación ante los abusos del capitalismo no logra despertar una verdadera emoción.
Las imágenes de este filme poseen una gran fuerza e intensidad, logrando que en diversos momentos el espectador se sienta inmerso en el absurdo que está presenciando.
McQueen es un personaje fascinante; su historia evoca los giros dramáticos de un culebrón, y la forma en que los directores la abordan, oscilando entre melodrama y thriller, logra mantener el interés desde el inicio hasta el desenlace.
Rourke confunde gallardía con altivez, orgullo con narcisismo y dignidad con clasismo. Técnicamente, la película es impecable, desde la dirección artística hasta una fotografía tenebrosa.
Un melodrama de tesis cuyas loables intenciones se sustentan sobre una narración fluida y amena, con un punto semidocumental en algunos momentos, en la que, afortunadamente, no se apuesta por el maniqueísmo.
Un pastel excesivamente empalagoso. El guión presenta inconsistencias, es repetitivo y predecible, además de no ofrecer a los personajes la credibilidad necesaria.
Dejando de lado su escasa originalidad, la película resulta fácil de ver, gracias a una puesta en escena impersonal pero eficaz y a unas interpretaciones sobresalientes.
Un guión bien construido, está más que correctamente rodada. (...) Aborda el muy manido tema de los viajes en el tiempo desde una perspectiva novedosa y original.